Voces del Desierto

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El cantautor chileno Victor Jara, aquel chico de ayer y detención de uno de sus asesinos (I)


Se llamaba Víctor Lidio Jara Martínez. Fue uno de los iconos de mi infancia. Tenía 14 años y vivía en Segovia en un edificio del Ministerio del Interior. La mayoría le conocimos simplemente -seguimos haciéndolo- como Victor Jara. Nació el 28 de septiembre de 1932 y fue vilmente asesinado el 16 de septiembre de 1973 por lacayos del golpista Augusto Pinochet. Pero, sus canciones aún perduran.

Fue uno de los iconos de mi infancia. Tendría 14 ó 15 años y vivía en un inmueble del Ministerio del Interior, anexado a otros de Defensa, en la segoviana y fuertemente fortificada Avenida de José Antonio.

Recientemente leí que uno de sus asesinos materiales había sido detenido 36 años después de acribillar a balazos a este cantautor chileno y poeta de la paz. Este es el homenaje de Javier-Julio García Miravete, aquel chico de ayer que viviendo entre policías, tanques, soldados y sacerdotes, tarareaba con alegría “te recuerdo amanda”, “el niño yuntero”, “plegaria a un labrador” y el resto de sus canciones.

Fue un tiempo de inocencia y creatividad que me marcó, y también -muy duramente- algunas de las “represalias” que vinieron después.

Domicilio “policial”, unas fotos “clandestinas” de carros de combate segovianos y un reportaje sobre el “23 F”

En esos años mi padre trabajaba en el Gobierno Civil. Era Jefe de la Policía Armada en esa ciudad. Recuerdo que desde las ventanas de mi enorme casa -un cuarto piso- divisaba una panorámica espectacular de los numerosos tanques estacionados en la Base Mixta de Carros de Combate. Me gustaba mucho la fotografía y quizá de una forma semiinconsciente comenzaban mis primeras inclinaciones e inquietudes periodísticas. Pensé que esta privilegiada ubicación domiciliaria constituía un excepcional punto de mira para recrearme en la obtención de una serie de imágenes “clandestinas” en color de tan espectaculares “brutos mecánicos”.

También recuerdo, que cuatro años después, cursando Ciencias de la Información en la madrileña Universidad Complutense, utilicé esas fotos para ilustrar uno de mis primeros reportajes que mi profesor -José-Julio Perlado- me encargó mientras cursaba con él segundo de periodismo. Versaba sobre el 23-F (me comía el mundo y siendo un simple estudiante conseguí que la mujer del ex coronel Tejero me recibiera en su domicilio madrileño de la calle Sotomayor, en el barrio de Cuatro Caminos, donde me mostró un lienzo autoretrato del militar rebelde vestido de legionario).

También grabé la última entrevista a Juan García Carrés -único civil procesado por esta intentona golpista, en su domicilio madrileño de la calle Mártires Concepcionistas. La hice exactamente siete días antes de su muerte. Posiblemente aún conserve ese audio en mi baúl de los recuerdos). Como comentaba, no tenía fotos de la Acorazada Brúnete (Valencia) ni de Milans del Bosch y usé equellas fotos segovianas para apoyar mi reportaje.

El hijo del jefe de la policía “disuelto” por los antidisturbios  

Pero volvamos con el inolvidable Víctor Jara. Yo era muy joven entonces y la libertad comenzaba a entrar en mi país sin apenas casi darme cuenta. No era consciente del largo y delicado proceso político, que nos había conducido a esa situación. Si recuerdo que corrí en alguna manifestación contra la entrada de España en la Alianza Atlántica. En esas fechas el PSOE, propugnaba “OTAN: de entrada nada” (aún conservo alguna pegatina), aunque luego cambió su discurso y nos metió de lleno. En una ocasión mientras avanzábamos por la calle Cervantes -muy cerca de la estatua de Juan Bravo, que simbolizaba la lucha de los Comuneros de  Castilla por la libertad contra el Rey Carlos V de Alemania (quien de vez en cuando también era Carlos I de España)- recibí un par de porrazos propinados por alguno de los antidisturbios subordinados de mi padre.

Leyendo las noticias que estos días publica el diario El Mundo sobre Manuel Cháves y las subvenciones a la empresa de su hija, se me ocurre de forma irónica, pensar sobre mi trato privilegiado de entonces y los moratones que me tatuaron en un costado.

Fascinado por Víctor Jara, una borrachera “de miedo” e incidentes por entonar “canciones rojas”

No acierto a señalar si fue un militante del PSOE quien me regaló una cinta casete de Víctor Jara. Aunque mi entorno estaba conformado mayoritariamente por militares y policías, buscaba mis amistades entre quienes me aportaban algo distinto: diferente. Tras escuchar ese audio el cantautor chileno se convirtió en uno de mis íconos y paradigmas. Los jueves montaban un mercadillo al aire libre cerca de la Parroquia de Santa Eulalia (y también de la sede socialista) y yo acudía a los puestecillos de música buscando cuantas cintas hubiere de tan sensacional cantautor.

Y con el tiempo me llegué a aprender las letras de casi todas sus canciones. Muchas veces me embebía cantando “te recuerdo Amanda” (dedicado a una de sus hijas) “a desalambrar” “pongo en tus manos abiertas”, “plegaria a un labrador”, “el derecho de vivir en paz”, “el cigarrito”, «el niño yuntero» y tantas otras. La mayoría aún las recuerdo porque siempre han permanecido integrando el repertorio de mi corazón.

Algunos amigos -hijos de policías- tocaban la guitarra. Nos reuníamos en las escalinatas de un colegio situado detrás de nuestro inmueble, donde hacíamos versiones y entonábamos muchos de sus temas. Recuerdo una ocasión en que un vecino uniformado y con una borrachera de miedo, bajó a nuestro cubículo y nos amenazó con la “pipa” por cantar “canciones rojas”. Evidentemente, dejamos de hacerlo y bastante asustados -estupefactos- corrimos a refugiarnos en nuestras casas.

Tristeza e incomprensión por el salvaje asesinato del cantautor chileno

Aunque curiosamente nunca me interesé por su faceta pedagógica y teatral, Víctor Jara supuso mi primera fascinación por la cultura chilena. Azarosamente -corría 1976- en un mercadillo segoviano encontré un pequeño libro sobre él (que aún conservo) escrito por el poeta y critico chileno Galvarino Plaza, que muy pronto devoré. Así supe de su militancia comunista. Hasta entonces Víctor sólo había sido para mí un genio de la canción que con su guitarra, su voz y su mensaje social arrancaba corazones (entre ellos el mío). Tenía toda su discografía (no recuerdo si conseguí los dos discos que quedaron inéditos el año de su muerte) y cada vez me entusiasmaba más su voz y me identificaba más con su mensaje.

Luego supe que los lacayos del traidor y golpista Pinochet, le torturaron, vejaron y asesinaron en el Estadio Chile, un edifico cercano al “Palacio de la Moneda”. Leí que le molieron las manos a culatazos y entre risas le decían: ¡Toca ahora la guitarra! Cinco días después del primer 11-S (jornada golpista que concluyó con los suicidios en el interior del edificio presidencial de Salvador Allende y del periodista José Augusto Olivares) Víctor Jara fue asesinado.

Su cuerpo fue rescatado de la morgue al ser reconocido por un soldado. Tenía la cabeza y las manos desfiguradas y su cuerpo albergaba 34 balazos. Curiosamente esta instalación deportiva lleva hoy orgullosamente su nombre.

Leí algo sobre Joan Jara (bailarina inglesa con quien en 1959 contrajo matrimonio) y su incansable búsqueda de los asesinos materiales de su marido.

Un personaje éste, sensacional, que me marcó manera muy emocional e ideológicamente, por el hermoso contenido social de sus letras.

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Javier Julio García Miravete

Escribo luego existo. Me apasiona la cultura y soy un empedernido luchador contra la injusticia y la corrupción. Admiro la sabiduría de los demás y a cuantos crean para la construcción de un mundo mejor. No me duelen prendas para reconocer en los demás méritos y virtudes, que me gustaría aprender de ellos. Soy un rebelde con causa siempre abierto a nuevos caminos y empresas. Periodista amante de la ciencia, el arte, la literatura, la fotografía, el cine, la música, el coleccionismo, los libros y papeles antiguos que me permiten reconstruir perfiles e historias de otros tiempos. Sueño con proyectos magníficos que me desbordan y que no logro activar por desintereses políticos. Desde aquí impongo mis normas sin someterme a protocolos. Escribo lo que quiero como quiero e intento ser libre.

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