Recuerdos encontrados en torno a Camilo José Cela (III)


Tuve el honor de compartir mesa y mantel en El Escorial con su hijo Camilo José Cela Conde. Estuve en el Thyssen cuando entregó un premio al científico Patarroyo y años después -ya muerto- charlé con uno de sus escoltas. Hoy comentaré por primera vez en mi vida algunas recopilaciones personales, totalmente inéditas sobre el Nóbel de Literatura gallego. Hablaré sobre el jamón que le regaló un escritor novel para que prologara su libro,  sus “agotadoras jornadas deportivo-gastronómicas” en los montes de El Pardo y otras cosas.

Una amena y “prolongada” comida con su hijo Cela Conde en El Escorial, y un prologo por un jamón

Las fechas se me escapan, pero había ido a El Escorial para cubrir un Curso de Verano organizado por la Dirección General de la Policía. Colaboraba cada mes con al menos un reportaje en la Revista AGENTE DE POLICÍA, editada por un empresario privado y la mejor -con sustancial diferencia- tanto por su calidad como por sus trabajos, que ha tenido la institución policial española en su historia. Desde el “stablisment” estábamos muy mal vistos, porque la gente pedía la baja de la bazofia oficial (“Policía”) y se daba de alta en la nuestra. Ni que decir, que el Gabinete de Prensa nos denegaba o ignoraba todas las peticiones que le hacíamos, y nosotros nos valíamos de amigos y contactos para aparecer en los lugares estratégicos en el momento concreto. Por supuesto, para ese curso -pese a estar trabajando en ese instante en la DGP- me acreditó como informador la Fundación General de la Universidad Complutense.

En el Euroforum Felipe II, durante un día de esa semana, coincidí en la misma mesa del comedor con Camilo José Cela Conde, catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Baleares, quien impartía un curso titulado: “Cela, mi padre”. Lo primero que me recalcó es que tenía bastante poco parecido con su progenitor, salvo algún gen y su apellido, y su forma de comportarse y entender la vida distaba años luz del premio Nóbel.

Además, me habló sobre un experimento que estaba realizando. Consistía en poner electrodos a personas y situarlas frente a obras de arte, para registrar sus emociones y sensaciones al contemplarlas. También se refirió a unos dibujos -creo recordar que de Joan Miró- que olvidó en una estación de tren durante un viaje. Finalmente los recupero porque en el tubo que los contenía ponía su dirección. Desde su punto de vista quien los encontró “sabía poco de arte y posiblemente no entendió esos garabatos”.

Inevitablemente, charlamos sobre su padre y le conté mi desconcertante y fallida invitación a la “Tertulia del Km 0” en la Puerta del Sol, integrada por periodistas que cursábamos doctorado en la Complutense. Durante ese almuerzo entablamos una cordial y amena conversación, hasta el punto que ambos llegamos unos veinte minutos tarde a nuestros respectivos emplazamientos.

Me desveló el carácter hosco, grotesco, poco complaciente e interesado de Don Camilo, que contrastaba ampliamente con su amabilidad, respeto y cortesía. Y en un momento de la conversación me contó que un escritor Nóbel fue a pedirle a su padre un prólogo para su primer libro y el orondo gallego le despachó reprendiéndole cómo se le había ocurrido a un don nadie ir a pedir algo semejante a una persona como él. “Al menos, cuando uno viene a pedir estos favores, debería traer un jamón por delante”. Ni corto ni perezoso el novel escritor se marchó y al rato apareció con una suculenta extremidad porcina. No recordaba el nombre -quizá no me lo quiso decir- pero a este escritor, el prologo del Nóbel le costó un jamón.

Entrega de un premio a Patarroyo en el Thyssen y sus “fatigosos” paseos por los montes de El Pardo (que le dejaban inapetente)

El 19 de junio de 1995, el -hasta ese instante- último Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y galardonado en esta modalidad más joven de la historia, recibía el Premio a la Convivencia otorgado por la Asociación de Cerveceros de España. Fue en el incomparable marco del madrileño Museo Thyssen Bornemisza en una ceremonia presidida por José Antonio Herráiz Mahou, presidente de esta entidad. El encargado de hacerle entrega de esta hermosa jarra cervecera realizada en plata fue Camilo José Cela.

Este acto tuvo una importancia decisiva para la realización de uno de mis más anhelados proyectos. En él conocí al empresario cervecero de la “cinco estrellas”, “clásica”, “laiker”, etc… Con su ayuda pude dejar un par de meses mi trabajo en España y viajar a Colombia para investigar la vida de tan singular científico. Una labor de investigación y documentación tan apasionante como dura que -tras una década de esfuerzos- gracias a la ayuda de mi amiga Eva Villaverde y la confianza de mi editor Eduardo Riestra (Ediciones del Viento. La Coruña) conseguí  materializar en mi libro: “Patarroyo: pasión por la vida”.

Mucho tiempo después -tal vez a finales de 2008- durante una cena coincidí con un policía que había sido escolta de Camilo José Cela. Por su ideología ultraderechista exacerbada agresividad y tosquedad y sus deleznables modales, el Marqués de Iría Flavia (Padrón) se ganó la enemistad de las clases más progresistas y de otras que veían en él a un personaje bastante escatológico. Era un hombre público, famoso, adinerado y en alguna ocasión había sido amenazado por ETA. Eso llevó al Gobierno a asignarle una escolta personal.

Su enorme pasión gastronómica y delirios por el buen yantar (en eso se parecía a su homologo chileno Pablo Neruda, aunque sus ideologías políticas eran radicalmente opuestas) llevó a su mujer, Marina Castaño, a mandarle los fines de semana a hacer deporte recorriendo los montes de El Pardo.

De este modo, el obeso literato, se enfundaba el chándal y las deportivas y cumpliendo órdenes de su cónyuge se iba “a hacer deporte” y en ocasiones a ver un guarda encargado del cuidado de una manada de jabalíes. Tras él, le seguía el escolta. Poco después, tras caminar unos pocos metros, variaba su ruta y en la mayoría de ocasiones aparecía en el Restaurante Asador Casa Ricardo, y otros conocidos restaurantes de El Pardo donde disfrutaba engullendo raciones de callos, lacón y caza mayor y menor bajo la mirada atenta de su vigilante. Cuando concluía su festín gastronómico, le persuadía con argumentos para que no dijese nada a Marina, si quería seguir trabajando a su lado.

Cuando el sacrificado y abnegado deportista regresaba a casa, ella se extrañaba mucho porque siendo tan gran comilón, su “agotadora” y “maratoniana” jornada por los montes del Pardo, le generaba una enorme inapetencia. Siempre que el autor de “los santos inocentes” venía de “andar” y “hacer ejercicio” acostumbraba a rehusar el almuerzo. “¡Camilo, ¿no te habrás pasado haciendo deporte?”. “No mujer, es cansado, pero…”, respondía “satisfecho” y en plena “digestión deportiva” el Nóbel.

Mientras el policía murmuraba “efectivamente se le nota un gran agotamiento en las mandíbulas”, al tiempo que daba media vuelta para evitar mirar a Marina, sin poder contener la risa.

Sin embargo, Cela escribió mucho sobre el deporte. García Marquina, uno de sus biógrafos aseguró que le provocaban repulsión “la coca-cola, la moqueta, los que se pasean en chándal, la comida basura, calamidades urbanas. Pero a pesar de su afición al campo y a su mitología, Camilo sabe entender la ciudad. Escucha igual el áspero chirrido de los carros o las cigarras, que el sonido del tráfico”.

No obstante, forzado por Marina a vestir esta prenda que tanto repudiaba, evitaba pasearse con ella, y siempre recalaba en algún restaurante. De este modo, alimentaba su cuerpo y su inspiración literaria con lo que más le gustaba: un buen yantar.

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Javier Julio García Miravete

Escribo luego existo. Me apasiona la cultura y soy un empedernido luchador contra la injusticia y la corrupción. Admiro la sabiduría de los demás y a cuantos crean para la construcción de un mundo mejor. No me duelen prendas para reconocer en los demás méritos y virtudes, que me gustaría aprender de ellos. Soy un rebelde con causa siempre abierto a nuevos caminos y empresas. Periodista amante de la ciencia, el arte, la literatura, la fotografía, el cine, la música, el coleccionismo, los libros y papeles antiguos que me permiten reconstruir perfiles e historias de otros tiempos. Sueño con proyectos magníficos que me desbordan y que no logro activar por desintereses políticos. Desde aquí impongo mis normas sin someterme a protocolos. Escribo lo que quiero como quiero e intento ser libre.

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